Cerro Tusa (Antioquia)

Es una mañana de ensueño en Venecia, pueblito de Antioquia; los rayos del sol penetran en la plaza principal y llenan de alegría a un grupo de senderistas que se disponen a realizar una caminata hacia Cerro Tusa, la pirámide natural más alta del mundo. Entre esos jóvenes entusiastas, estoy yo, igual o mucho más entusiasta por la travesía que nos espera.
Realizamos un breve calentamiento y ejercicios de estiramiento para evitar dolores musculares producidos por los movimientos no acostumbrados. Llenos de emoción, empezamos la marcha por las calles del pueblo, saludando a los habitantes que sonríen a nuestro paso, sabiendo ya cual será nuestro destino, porque cada fin de semana no puede faltar el grupo de turistas que decide ir a escalar el Cerro.



«Lo que sigue no es fácil» advierte uno de los guías. «El terreno que sigue es un sendero con multitud de obstáculos, lleno de pequeños accidentes que tendrán que sortear con los ojos bien abiertos» Todos hacemos caso y pisamos con cuidado. Pronto me doy cuenta de que una perrita de raza Golden nos acompaña, «¡Canela!» grita su dueño en la distancia, y esta, fiel compañera, corre a su encuentro meneando la cola sin cesar. Me hace gracia cuando veo que enfrenta los terrenos con decisión, tirándose al lodo como si fuese pasto, y zambulléndose en los charcos de agua mientras se sacude sin importarle nada. Todos sonreímos ante sus travesuras.

Cerro Tusa a la distancia.

Van cuarenta minutos de caminata y estamos próximos a llegar a la base del Cerro. Son pocos los metros que nos separan de lo que es una impresionante maravilla natural. Apenas lo veo, a la distancia, siento un escalofrío recorriendo mi cuerpo. Es imponente y majestuoso, un placer visual en su totalidad. Tremenda postal.
Nos quedamos admirando el Cerro por unos cuantos minutos, mientras reponemos fuerzas y sacamos fotografías.
Falta caminar un poco hasta llegar a las faldas del Cerro y poder empezar el ascenso, así que por unanimidad retomamos el paso, con una marcha constante.

Faldas del Cerro.



Es un aire tan puro el que se respira en el terreno, lleno de árboles y flores de todos los colores. Mi amigo Felipe y yo vamos comiendo las raciones de bocadillo y banano, pasando con agua que cae como un manantial al paladar.
Hay dos caminos verificados para subir a la cima, y escogemos el que se antoja más empinado.



Al principio es un sendero suave, de pura caminata sin fatiga; a medida que se va subiendo, empezamos a inclinar la cabeza, luego las manos, los pies, el tronco... y termina por estar uno a gatas, agarrado de piedras y ramas salientes que proporcionan una fuente de agarre.
La pendiente presenta un desafío, pero es transitable si se escala con calma y serenidad, sin apuros, subiendo a nuestro ritmo.
Cuando me encuentro ya a una altura considerable, vuelvo la mirada, y mis ojos se pierden ante la inmensidad. «Vale la pena por la vista» comenta una muchacha. Y le doy la razón. El pueblo de Venecia se ve diminuto, a lo lejos, y no deja de ser igual de bello.



Es poco lo que nos separa de la cima, y trepamos con el corazón a mil, atendiendo a un llamado íntimo de pasión y aventura.
Poca gente ha llegado a la cima en este día, unas veinte personas se cuentan cuando por fin conquistamos la cima, creyéndonos conquistadores de una tierra de ensueño.
Grandes montañas y un río que serpentea por sus bases, «es el río Cauca» menciona un señor de avanzada edad, a quien admiré por su destreza. Las nubes están a nuestra altura, y los rayos del sol las penetran creando un ambiente agradable y cálido.
Me pregunto yo si es así como se sienten escasos dos mil metros de altura sobre el nivel del mar, ¿qué se sentirá conquistar otras cumbres de mayor altitud? El vértigo, mezclado con la alegría, me embargan por completo, y decido tirarme sobre la yerba, a contemplar el cielo.
Pronto empiezan los comentarios acerca de una cruz metálica que se haya puesta ahí mismo, en lo alto del Cerro. Se dice que un hombre del pueblo un día quiso darle un aspecto religioso a la pirámide natural, y decidió él solo echarse semejante peso al hombro y subirla a rastras. Si el mero hecho de subir representa un desafío, hacerlo con una cruz metálica de tres metros de alto ha de ser toda una proeza; otros dicen que entre varios subieron las piezas y la armaron arriba, y si es más factible esta idea, no deja de ser la otra más romántica. El hecho es que en la cima del Cerro hay una cruz metálica, que alguien tuvo que haber llevado allí.

Por fin en la cima.

Nos quedan dos bocadillos y un sorbo de agua, mientras los demás sacan sus almuerzos apetitosos haciendo pasar a la cima por un restaurante de paso. Pero yo disfruté mucho del bocadillo.

Es hora de descender. Empieza el deporte extremo. «¿Cuál es la mejor manera de bajar?» le pregunto al guía. «Mijo, ¡arrástrese!» es su respuesta. Pronto me encuentro emulando a los demás y me tiro de nalgas por el barranco, sorteando obstáculos y aferrándome a ramas cada dos o cinco metros; incluso en ocasiones, seguía uno derecho por más de los cinco metros. Era arriesgado pero eficaz. Pronto descendimos del todo y contemplamos por última vez el Cerro es su esplendor. Encontramos un camino a la carretera y así, empantanados y sucios, regresamos al pueblo en un moto-taxi.


Esta fue mi experiencia en el Cerro Tusa, gracias por leerme.

Yo soy Caliche y pronto subiré más contenido.

Hasta la próxima.

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